En las maquilas está prohibido embarazarse, orinar más de dos veces al día e incluso tomar agua durante la jornada de trabajo. También esta vedado quejarse o faltar un solo día por enfermedad.
Estas razones son justificantes de despido para las guatemaltecas que laboran en la industria textilera de este país centroamericano, en establecimientos dirigidos, en su mayoría, por coreanos.
Para ellas, incluso, la edad es un inconveniente. Si rebasan los 35 años, son rechazadas de inmediato, mientras que las contratadas, regularmente entre los 16 y 30 años de edad, deben estar dispuestas a hacerlo en condiciones inhumanas.
Hacinamiento, poca ventilación y a veces falta de sanitarios y agua potable son situaciones que deben enfrentar las mujeres al ingresar a esas galeras, donde muchas veces permanecen hasta 350 personas juntas.
Y todo con tal de recibir, a finales de mes, un salario que resulta inferior al costo de la canasta básica e igualmente ínfimo al devengado por los hombres que realizan las mismas tareas que ellas, también bajo condiciones infrahumanas, pero sin padecer tratos tan crueles.
Según el Ministerio de Trabajo, las guatemaltecas en la industria textil reciben un sueldo equivalente a 110 dólares al mes, mientras el de los hombres es de 125 dólares.
Ese ingreso le impide a la maquilera adquirir la canasta básica vital, estimada en 200 dólares, y ni pensar en la alimentaria, que cuesta al menos 400 dólares, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística (INE).
Lilian Solís, de la Unidad de Género del Ministerio de Trabajo, comenta a SEMlac que esos puestos de trabajo son verdaderos sitios de esclavitud, en los cuales la discriminación de género ha permanecido desde hace más dos décadas.
De acuerdo con su experiencia en la atención a las trabajadoras de maquilas, las historias que estas cuentan son de terror.
A ellas, que llegan a sumar 85.000 de los 121.000 empleados en las maquilas del país, se les humilla al momento de ser contratadas: las someten a un examen de orina para asegurarse que de que no estén embarazadas. La prueba se efectúa frente a uno de los supervisores para garantizar que no serán engañados con una muestra falsa.
Otras formas de esclavitud van desde ponerlas a planchar nueve horas consecutivas, hasta trabajar bajo sonidos estridentes de música, con vistas a estimular la producción y así surtir los mercados internacionales.
Evaluaciones psicológicas del Grupo Integral para las mujeres indican que las trabajadoras de maquila padecen trastornos por estrés. Por ejemplo, deben entregar la cantidad de prendas que les fijan al día; de lo contrario, reciben denigrantes maltratos verbales.
Se trabaja bajo una enorme presión. Todos los días aumenta tanto la cantidad de piezas que los trabajadores se esfuerzan, se lastiman y, por supuesto, no llegan nunca a cumplir con dicha cantidad. “Por ende, tampoco perciben el salario anunciado”, indica a SEMlac Maritza Velásquez, coordinadora general de la Asociación de Trabajadoras del Hogar, a Domicilio y de Maquila (ATRAHDOM).
Además, las maquilera se ven sometidas al acoso sexual, según devela el documento “Solo pedimos que nos traten como humanas”, presentado en 2007 y elaborado por la Fundación para la Paz y la Democracia Funpadem.
Una encuesta aplicada entre 2005 y 2006 por la Funpadem a 516 trabajadoras de maquila, en la capital y un departamento del interior, determinó que persiste el acoso sexual y abuso, pero las empleadas no lo denuncian.
Ellas contaron que el jefe de personal es quien capta a las adolescentes para consignarlas con el jefe de recursos humanos, que regularmente es un coreano, para sostener relaciones sexuales.
Muchas ceden a los manoseos, propuestas indecorosas y arreglo de citas porque necesitan el empleo; de lo contrario, las despiden, agrega el documento. La gran mayoría tiene de uno a cinco hijos, son madres solteras o jefas de hogar, y necesitan alimentar a su familia.
Informes del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas dan cuenta de que las mujeres que buscan ese tipo de empleo se encuentran entre la población más vulnerable.
La Encuesta Nacional de Comercio y Vivienda de 2006, la más reciente de su tipo, precisa que, en este país, ellas forman parte del segmento de seis millones de pobres, que viven con un dólar al día, y del millón que lo hace en condiciones de pobreza extrema.
A eso se une que Guatemala es el país con la segunda tasa más alta de analfabetismo femenino en América Latina (34,6 por ciento). La Secretaría Presidencial de la Mujer (SEPREM) da cuenta de que, aproximadamente, medio millón de niñas entre siete y 14 años no están inscritas en la escuela primaria.
Ellas, indica Solís, son el nicho ideal que los coreanos buscan para producir en sus maquilas.
Velásquez, de ATRAHDOM, narra situaciones verdaderamente humillantes. Cuenta que, desde que llegó la industria textil, a las empleadas se les trata mal al punto de que, hasta la fecha, aún ni siquiera les permiten interrumpir su labor para efectuar el cambio de toalla sanitaria.
Dejar de Ir al baño es también una parte del sacrificio, porque generalmente se mantienen cerrados los sanitarios. Tampoco se les provee de comedores ni guarderías, como establece el código de trabajo, destaca Velásquez.
“Los empresarios no van a perder sus ganancias o la entrega puntual de sus pedidos nunca”, asegura. “Si a una trabajadora se le ocurre pedir permiso porque está enferma, la despiden, y no se detendrán a atender a una trabajadora que se desangre por un accidente en la fábrica”, agrega.
Por otra parte, los espacios de mando son eminentemente masculinos, se afirma en “Entre hilos y puntadas”, un estudio hecho en Centroamérica y República Dominicana y presentado el pasado año.
Las mujeres no pueden aspirar a un puesto más que de operarias, analiza el texto e indica que, en este tipo de organización productiva en la región, existe una estructura vertical, donde están prohibidos los puestos de supervisión y gerencia para ellas.
Velásquez aclara a SEMlac que, cuando se habla de esclavitud, tiene que ver con la obligación y la sumisión que las mismas mujeres y hombres trabajadores de maquila asumen, por la necesidad del empleo. Eso las obliga a las extenuantes jornadas laborales, como las horas extras impositivas; de no cumplirlas, no les pagan al séptimo día.
Testimonios de empleados de maquila recogidos por SEMlac dan cuenta de que ellas y ellos laboran entre las 10 y 16 horas, cuando la jornada en este país de la región, establecida por el código de trabajo, es de ocho horas diarias.
En las maquilas habitualmente se labora de lunes a sábado. Pero, por supuesto, cuando aumenta la producción también tienen que trabajar los domingos, precisa Solís.
La mayoría de la población en las diferentes ramas laborales, tanto del campo como de la ciudad, desconocen las leyes nacionales e internacionales que la protegen.
Por ello, la Unidad de Género del Ministerio de Trabajo intenta capacitar a las mujeres de la maquila en sus conocimientos laborales, ya que muchas no saben de leyes, e incluso desconocen hasta la dirección de su lugar de trabajo.
Aunque se reconoce que la maquila textil es una alternativa de empleo para muchas guatemaltecas, ya sea como trabajadora directa en la fábrica o en la modalidad de empelo en casa, aún no se termina de regir por una ley lo suficientemente sustentable para apoyar a las trabajadoras.